Archivo Comunitario de El Alto

A.C.E.A.

Jueves de clásicos – Parte I

Sólo para amantes del recuerdo.

Comanchero,
comanchero,
comanchero,
comanchero, oh!
—Moon Ray, Comanchero

Los jueves en El Alto siempre son de excepciones. El tenor neón y el audio de los 80’s inauguran el comienzo del fin de semana. En primer lugar, porque es jueves de feria en la 16 de Julio para los comerciantes; en segundo, porque es “¡Feliz jueves!” para los fans de Evangelion; y tercero, porque es Jueves de Clásicos para los amantes del recuerdo. De quienes —este tema, dice así…

Es bien sabido —por cultura chupística— que los jueves son de eurodisco en las Peñas Show y discotecas del Ande. Es decir, prima la sonoridad ochentera, esa que bailaban los primeros alteños de 1985 en El Bananas o el Pato Donald de la Ceja, y que tiene cabida solo en las noches de clasiqueros. En los viernes de soltero —que si bien tienen mucha variedad en cuanto a propuesta musical—, impera la cumbia boliviana de los noventa, por ello las Peñas se ambientan con ritmos de América Pop, Pk-2, Conexión o Bru+ para ti (sheaa!). Son esos ritmos los que marcaron el paso de la transformación. De la melena al corte semi-hongo, del pantalón campana al jean entubado, de la chamarra de cuero a la camisa bucanera y, por supuesto, del infinito adobe al masivo ladrillo, en El Alto de los noventa.

Los sábados de grupo en vivo casi siempre son de aristas metaleras, folclóricas, reguetoneras, cumbieras y chicheras —en ese orden de consumo—; jerarquía en la que, por lo general, es la chicha la que moviliza a alteños y alteñas del siglo XXI como fiel expresión de su tiempo. Un género que mezcla las dos primeras décadas de existencia de la ciudad de El Alto y desemboca en los teclados sintetizados del primero con la cadencia rítmica del segundo. Casi de manera cronológica, la historia músico-generacional de El Alto puede dilucidarse en esas tres noches de furor andino: los jueves ochenteros, los viernes noventeros y los sábados para los hijos del nuevo milenio.

Con Franciny, clasiquera de El Alto norte, nos inmiscuimos en este fenómeno propio de las discotecas y Peñas Show de la Ceja, un jueves de junio de 2025. Con el fin de generar un registro rico en soportes, nos pertrechamos de una cámara GoPro, el micrófono de nuestros tubos y un cuaderno con su punta bola. Ella se encargaría de las capturas visuales —fotografías y filmaciones— de los motivos que componen la estética nocturna, y yo elaboraría este texto con base en anotaciones in situ, además de incluir testimonios de DJ’s que sonorizan los jueves.

La noche que elegimos fue del todo espontánea. Así que nos vimos en la calle 2 de la avenida 6 de Marzo, como es natural en los jóvenes que conciertan ir a bailar entre el centenar de boliches ubicados en la cabecera de la zona 12 de Octubre. Habrán sido recién las ocho de la noche, razón por la cual nos dispusimos a saciar el apetito de turno, siguiendo fielmente el aforismo de primero el diente, luego el pendiente. Fuimos a comer unos silpanchos al restaurante NHK —sí, llamado como el canal japonés NHK— de la calle Franco Valle. Ya en la mesa, en tanto llegaba nuestro plato, comenzamos a desglosar nuestras ideas sobre las noches de clasiqueros. Ella me comentaba que su primera aproximación al eurodisco fue en su infancia, allá por los albores del siglo XXI, cuando sus padres debían salir a trabajar y la dejaban al cuidado de sus tías cholitas:

“Mis primeras memorias musicales vienen envueltas en ritmos ochenteros y videoclips. En casa teníamos un DVD con una selección de grandes éxitos clasiqueros que reproducíamos todo el tiempo junto a Paty y mi tía Rossy, cholitas jóvenes de entre 17 y 23 años, quienes sin saberlo formaron mi gusto musical. Yo tendría apenas 4 o 5 años, y aún puedo vernos a las tres en aquella sala que ya no existe, imaginando ser la chica del video de Mona Lisa. Recuerdo especialmente un día en la iglesia adventista a la que íbamos. Uno de los hermanos mayores me preguntó, delante de todos mis familiares, qué tipo de música me gustaba, y yo, con toda la seguridad del mundo, le respondí: ‘Modern Talking’, lo que provocó algunas risas incómodas entre los adultos. El primer cartel de ‘Jueves de clásicos’ que vi fue en la Ceja cuando ya era adolescente, pero, a su modo, mis jueves de clásicos empezaron mucho antes”. (Franciny Vizcarra, 2025).

Por mi parte, debo reconocer que también tuve una experiencia similar respecto al eurodisco. Mis padres, que trabajaban en fiestas con su Amplificación F-J, nos dejaban en casa a mis hermanos y a mí bajo el cuidado de un DVD 5 en 1 del Tom & Jerry de los 70’s o los primeros volúmenes de El Cholo Juanito y Richard Douglas. Recuerdo muy bien el hecho de introducir el disco en el reproductor y elegir qué película ver aquella tarde mientras sonaba Ocean of Crime de Stage. Era un clásico —valga la redundancia— que en las películas piratas 5 en 1 sonara algún hit de los 80, o un techno noventero como fondo, mientras elegías qué ver. Reproducir esos discos una y otra vez hacía que nuestras primeras memorias musicales tuvieran por soundtrack el buen gusto de los piratas audiovisuales de comienzos de siglo, que pululaban entonces y que ahora están en franca extinción.

Llegados nuestros silpanchos, entró un caballero con charango en mano al NHK, tocando himnos del zapateo y animando a los comensales. Músicos nunca faltan en Bolivia, y menos aún en los edificios apostados en la Ceja, los cuales siempre me parecieron grandes parlantes puestos en hileras frente a frente. Terminada su tanda de 4 a 5 canciones, pasó con una tacita plástica de mantequilla por las mesas, pidiendo el apoyo de sus oyentes. Tras darle unos sencillos, ingreotro charanguista, quien, viendo que la competencia aún seguía cobrando sus honorarios, empezó a chochear y cantar sin mucho brío. Al reconocerse, ambos se fueron juntos del sitio. Asumimos que, en la amistad, no es menester pisarnos el poncho, como dice aquel adagio.

El NHK es uno de esos restaurantes que funciona 24/7. Lo hallas durante el gobierno solar, con almuerzos parrilleros y una veintena de platos sueltos, y lo hallas también en el imperio de la noche, con sus silpanchos y caldos de cardán hirvientes. No es gratuito que en sus noches habiten acólitos de las discotecas o músicos que trabajan en ellas. Tampoco es casual que el restaurante tenga algo de esa liturgia musical, donde, según el día, atienden a sus clientes como es debido. Puesto que, cuando se retiraron los charanguistas, volvieron a poner play al televisor plasma que ameniza todo el local. Para placer de nuestro fetiche por los jueves, sonaba Self Control en la versión de Laura Branigan, con un anime en loop de una chica conduciendo un auto por la noche. Estaba subtitulado, lo que le daba más acento al coro donde solo dice “Ooo-oh!, Ooo-oh!”. Tras ello, le siguió, a todo volumen, el videoclip de Heart of Glass, de Blondie. Y, para cuando ya casi terminábamos nuestra cena, pusieron Take on Me, de A-ha. Estas canciones, piezas indiscutibles de una noche de clásicos, nos daban la bienvenida al comienzo del fin de semana.

Saliendo del sitio, nos dispusimos a cazar. Las pistas de ese fenómeno que es el Jueves de Clásicos están por todas partes… y en pocas a la vez. En todas, porque las mismas emisoras radiales —como Radio Constelación 88.7— colocan sendos playlists de eurodisco desde que inicia el día. En todas partes, porque los minibuseros sonorizan sus interiores con ese género musical cuando vas donde tu cholita o a tu Peña favorita. Ya sea sintonizando la radio, conectando sus flash memorys con 5000 canciones de la 16 de Julio o reproduciendo algún megamix de DJ Andrómeda (duela a quien le duela), no puedes eludir la reverberación de los 80’s. Por ejemplo, si alguna vez se subieron al minibús El Clasiquero —literalmente su exterior tiene esa rúbrica— sabrán que es una discoteca andante, y a probado ser la verdadera nave del recuerdo. En todas partes está, por último, el di-di-di-disco!, porque incluso cenando en restaurantes de la Ceja ponen las canciones que hicieron bailar a nuestros padres en su juventud… y acompañan aún su lenta vejez —o la nuestra. Está en pocas partes, eso sí, porque jueves es solo un día de la semana. Y aunque existe feria los domingos en la 16 y hay ciertos boliches que fungen en el día (o la noche) del Señor, no se siente esa gallardía del varón con cuero y melena enrulada en la pista, ni la extravagancia de la chola de fucsia cuando suena Cause are young de CC Catch.

Bajando media cuadra por la Franco Valle, con Franciny hallamos nuestra primera víctima. Rey Escorpión, era su nombre. Cerveza y licor, sus especialidades. Grupos en vivo, de jueves a domingo, es lo que ofrece. En las afueras del local, dos anuncios nos llamaban la atención como se llama al ajayu, con lo que siempre usamos o nos gusta mucho: Jueves de Disco. Por un lado, tenían un banner que rezaba Full clásicos, con el dibujo de un DJ y su mixer bajo una bola de disco en el firmamento. Esferas en el cielo, yuxtaposición de saturno. Por otro, un anuncio rectangular de doble faz que fulguraba más que la luminaria vial, el cual nos imantó en plena calle. En ambas caras se leía lo siguiente:

PEÑA SHOW / REY ESCORPIÓN / JUEVES DISCO / VIERNES MEJORES GRUPOS DEL MOMENTO / SÁBADO CUMBIA CHICHA.

Si la poesía no está en los banners de boliche alteño, ¿la poesía dónde está?

De ingreso, oíamos el retumbar de los parlantes del local hasta el último piso; sonaba lo que prometían. El edificio vibraba con Pretty young girl de los Bad Boys Blue. El ascenso por las gradas se volvía cada vez más inmersivo gracias a las luces empotradas en las paredes de aluminio y el techo del lugar. De hecho, al llegar al rellano del primer piso, pensamos que habíamos llegado al palacio del Rey, pero al empujar la puerta de vidrio templado, caímos en cuenta de que se trataba de uno de esos internets nocturnos que atienden toda la noche por 25 bolivianos. —Para los changuitos. Pensé.

Pero en realidad, muchos viejos y nuevos vicios tienen madriguera en la Ceja, y debe haber alguien que beba de sus elíxires en cualquiera de sus formatos. No nos culpo. Hay quienes amanecen jugando cacho en los lupanares de la 12 de Octubre; otros bailamos disco-chicha con lúpulo fermentado y vapor de THC; muchos ojos se deleitan con los píxeles más imposibles en pantallas curvas de 25”, y muchos más pagan el valor de seis Huaris en un alojamiento de Villa Dolores. El respeto al vicio ajeno es la paz, decía aquel meme que uno siempre extravía.

En fin, ya en el segundo piso y llegados al Rey Escorpión, ingresamos a lo que parecía una réplica muy similar a El Dorado, Peña Show mayúscula de El Alto de la que cualquier disco-chichero que se precie, a pisado alguna vez. Con Franciny sospechamos que el sitio pertenecía al mismo dueño —de quien se dice le falta un dedo en una de sus enjoyadas manos—. Al cruzar la puerta, lo primero que vi fue a una cholita en la barra. Estaba sola, con un tomatodo y una cerveza Corona a medio beber. Vestía una blusa rosa y una pollera del color de las uvas con rocío, de esas que parecen estar a punto de ser comidas. Dos moños rojos borlaban sus gruesas trenzas. En qué pensaría, no lo sé. Solo era una linda cholita más, en un aleatorio jueves de clásicos.

En medio de leds que contenían
los colores de la wiphala en estado líquido
Compartí tu imposible silencio, cholita.

A mano derecha estaba la pista, y hacia ella nos dirigimos para registrar lo más posible del sitio. Serían alrededor de las nueve y media de la noche, por lo cual no era sorpresa que el lugar estuviera ch’usa. Hay boliches que son para rematar, y este no era uno de ellos. Sin embargo, es natural que, por su reciente ch’alla, aún no sea muy frecuentado por los parroquianos alteños.

Cuando estuvimos bajo los reflectores del Rey Escorpión, el animador del lugar nos dio la bienvenida con un:—Ya van llegando las parejitas a esta su Peña Show, ¡Rey Escorrrrrpión!. Mientras amenizaba con sus mejores mezclas DJ Max. Como el sitio estaba vacío, fue más evidente nuestra intención voyeurista. Ya que si bien nuestro modus operandi era: —entramos al lugar, hacemos como que estamos checando los temitas para bailar o pedir dos frías, así bien liwi-liwis, fotografiamos, anotamos en el transcurso, y nos vamos a otra peña hasta llegar a El Dorado, a ejercer el feliz jueves. Cero bandera. No lo fue. Porque, cuando nos retirábamos del lugar con un primer registro, al bajar por las escaleras que brillaban como en Odisea en el espacio, un señor con voz grave nos gritó:
—¡¿Jóvenes, para qué están sacando fotos?! ¿Quiénes son?

Ahí fue cuando nos quedamos monolitos, viendo en lo alto al señor del Rey Escorpión.

(Continuará en la Parte II de Jueves de Clásicos).

Texto, testimonio y fotografías: Fher Masi & Franciny Vizcarra.

Registro para una Historia Nocturna de El Alto, en colaboración con integrantes de El Alto Aesthetics. Año 5533 y 2025 del siglo XXI.

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